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LETRAS VS PALABRAS - El weblog de Graciela

LA TÍA NICANORA

LA TÍA NICANORA

     por Graciela Vera


Nica había sido desde su nacimiento, varios años después que sus otros hermanos, un continuo motivo de desvelos para mis abuelos.

No había sido un embarazo tranquilo para mi abuela. Ella que había tenido ya siete hijos se había visto obligada a guardar cama durante casi la mitad de la gestación y el parto por poco le quita la vida, pero por entonces, aquella criatura de cabellos endemoniadamente cobrizos recién comenzaba a hacer sentir sus reclamos.

Fue bautizada como Nicanora y, como bien decía el abuelo, solamente el cura pronunció en aquel acto su nombre porque desde siempre se le llamó Nica.

Y Nica conoció en carne propia todos los males propios de los niños, y cuando la lista de enfermedades parecía agotarse ella se ocupaba de mantener la atención de los médicos. Su temperamento inquieto siempre estaba buscando el peligro que se traducía en golpes, fracturas y todo tipo de lesiones, inevitables a pesar de la permanente atención de toda la familia que no era suficiente para evitar las diabluras de la chiquilla. Colgada de una rama del nogal del fondo de la casa agitaba sus bracitos para caer poco después ante la desesperación de quienes habían corrido procurando evitar el accidente, o, deslizándose por la baranda de la escalera encontraba, inevitablemente, el  choque contra el piso de la sala.

Cuando Nica creció y cumplió sus catorce años la abuela había suspirado aliviada creyendo que, casi una señorita, las travesuras y sus consecuencias terminarían,  pero no fue así. La desazón ganó a todos cuando, muy suelta de cuerpo “el diablillo rojo” como la había bautizado familiarmente el abuelo, comunicó a la familia reunida que estaba decidida a convertirse en piloto de avión.

Y lo hizo. La tía Nica fue una de las pioneras en ese campo pero, no contenta con esto, y aduciendo que el país no le brindaba oportunidades en su profesión, un día le dio un beso a cada uno de sus hermanos, a sus sobrinos, abrazó con inmenso cariño a los abuelos y partió.

Sus cartas hablaban de proyectos que demoraban en concretarse. Después supimos que estaba volando en una compañía de carga aérea que transportaba provisiones para grupos mineros en plena selva amazónica. La familia perdió contacto con Nica durante muchos años. Esto no fue más que otro motivo de inquietud para los abuelos.

Nadie supo donde encontrar a Nica para avisarle que, primero el abuelo y casi siguiéndolo como siempre había hecho en vida, la abuela, habían decidido abandonar este mundo.

Los sobrinos crecimos. Formamos nuestros hogares. Dijimos adiós a nuestros padres y, casi olvidamos a la tía Nica... hasta hace un mes... cuando una llamada desde el extranjero nos citó a un estudio jurídico de Manaos donde estaba depositado su testamento.

Tía Nica  vivió sus últimos años acompañada de decenas de hijos. Hijos que no eran de su sangre pero a los que ella había querido como madre. Niños que iba recogiendo de las aldeas que visitaba, entre viaje y viaje al centro de la selva.

Había ganado mucho dinero con su avión. Algunas malas lenguas decían que sus ganancias se debían a un tráfico ilegal de diamantes, pero si esto era cierto a nadie le parecía importar porque lo que recordaban todos en el lugar era la obra magnífica de “la mamma”.

Sus primeros “hijos” ya eran hombres y mujeres con hogares formados pero los últimos, los que había recogido cuando ya sus fuerzas comenzaban a decaer, esos eran nuestra herencia: lo que tía Nica nos había legado en su testamento y que, de haber estado vivos los abuelos hubiera sido otro motivo de desvelos.

La vida de Tía Nica había estado en un constante riesgo desde antes de nacer, quizás por eso había amado tanto al peligro pero, esencialmente había creído en la vida. Sus sobrinos, que apenas recordamos la endiablada cabellera cobriza que nunca tuvimos oportunidad de ver encanecer habíamos heredado aquellos seres  de ojos enormes y asustados.

Tan asustados como estábamos nosotros hasta que uno de los pequeños se acercó con una canasta de huevos que, antes de morir la tía Nica le había encargado nos entregara.  Gesto que no comprendimos hasta que, retirando los huevos que formaban la capa superior descubrimos cinco diamantes de enorme valor.

Los diamantes de la tía Nica, los que le habían permitido llevar adelante su obra de bien y nos daban la oportunidad de continuarla. Cuando dejamos instalados a los niños de mamá Nica en un moderno orfelinato asegurando su sustento y educación hasta que fueran mayores, en nuestro poder quedan aún tres piedras  que al mirarlas nos hacen guiños como si a través de ellas, la inquieta de la familia se estuviera riendo de nosotros.

Ilustración: 'Mujer antigua' de la pintora Susana Rovo

 

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