SONATA PARA DOS
por Graciela Vera
El recuerdo de aquellos encuentros furtivos, de aquellos besos arrancados a la desesperación de no pertenecerse era lo que él se llevaba después de cada visita y lo que ella atesoraba para soportar los meses que pasaría sin verlo.
Te quiero, le había dicho la segunda vez que se vieron y ella se asustó porque supo que era verdad. Abrió su corazón para guardar la palabra e hizo nido el amor.
Julio era viajante, recorría el país pasando tres o cuatro veces al año por cada localidad importante y una o dos por los pueblos más pequeños, como aquel, como el lugar en que ella vivía.
Rita atendía el bar de su marido en la tarde. Después Justiano la suplantaba a la hora en que la clientela se hacía más pesada.
Julio llegó una tarde de verano en que el calor era agobiante. Conversaron. Hablaron tanto de uno y de la otra que cuando llegó la hora de retirarse el le dijo: es como si te conociera de toda la vida. Y también para ella lo fue.
Esa noche se sorprendió pensando en el hombre al que había descubierto incluso sus sueños más íntimos. El se fue, volvió varios meses después y fue cuando le dijo que la amaba pero que no podía ofrecerle nada. Tenía mujer, hijos, una posición que no estaba dispuesto a perder.
¿Quién nos dice a quién debemos querer y cuando? Preguntó aquella noche Rita entre los brazos fuertes, cariñosos de Julio. El no supo responder y selló los labios amados con besos. Besos con sabor a interrogantes....
.... Cuando yo venga... cuando tú tengas tiempo... mientras ambos soñemos...
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