LA MASCOTA
por Graciela Vera
Cerró la puerta y se encaminó sin vacilar hacia el ascensor. Sin lágrimas... había pensado que iba a llorar, no fue así, sus pupilas permanecían tan secas como su boca. Intentó sonreír a la simpática anciana ocupada en reprender a su perro de aguas pero solo logró un ridículo movimiento de labios. Cuando llegó a la planta baja no había escuchado ninguna de las palabras con las que la mujer había desarrollado un espontáneo monólogo sobre el tiempo, demasiado fresco para esta época del año, el cuidado de su mascota y el deterioro de la alfombra del palier.
Estaba consciente de que no volvería. Hacía tres años había cruzado por primera vez la puerta doble de hierro preguntando por un apartamento ofertado en alquiler. Joaquín, el portero, una persona que conocía los pormenores de la vida de cada uno de los inquilinos le había mostrado las dos habitaciones, cocina y baño ubicadas en un contrafrente que entonces le había parecido el sitio ideal para esconder su gran amor. Tranquilo, un décimo piso lejos del ruido de la calle; sin vecinos curioseando por ventanas indiscretas, incluso su anterior inquilino había dejado varias macetas en el balcón interior que, con un poco de trabajo convertiría en su jardín, ... inmediatamente decidió aceptarlo, estaba segura que a Oscar también le parecería el lugar ideal para disfrutar el mutuo descubrimiento de su pasión.
Tres años en los que cada semana puso algo nuevo para hacer más cálido, más íntimo su refugio. Oscar llegaba a Maldonado invariablemente los viernes a media tarde y se iba los lunes de mañana. Una combinación perfecta, ella salía de la escuela de párvulos poco después de mediodía para no tener que regresar hasta la mañana del lunes. Esos fines de semana no volvía a su casa en San Carlos, tomaba directamente el ómnibus que la llevaba hasta la terminal fernandina para esperarlo. Un gerente de una importante multinacional puede darse algunos lujos y uno de ellos había sido durante los tres últimos años, el de encargar a su secretaria resolver toda la actividad de las últimas horas del viernes para disfrutar de un fin de semana más largo. Dejaba el coche en un estacionamiento de la calle Dante... ahora le cambiaron el nombre pero no importa, para la generación actual seguirá llevando el nombre del ilustre florentino. Un viaje de dos horas y....
Invariablemente Mónica llegaba quince minutos antes... siempre ansiosa... siempre temerosa de que Oscar hubiera decidido no viajar ese fin de semana. En tres años solamente en cuatro ocasiones uno de los dos faltó a la cita. Curiosamente las culpas se dividieron en partidas iguales. Dos veces Oscar fue retenido por negocios impostergables. Mónica tuvo un fin de semana que viajar con sus alumnos a Paysandú... el viaje de fin de cursos. Fue el primer año, luego se las ingenió para convencer a todos, chicos y padres, que era mejor hacer el paseo un día ente semana. La otra vez fue la gripe quién les impidió encontrarse.... Pocas horas de soledad forzada para tantas de increíble amor.
Se habían visto por primera vez en un bar de Gorlero. Ella, una maestra conocida en el departamento por su actividad al frente de distintos emprendimientos culturales, él un empresario de éxito en el mundo de los negocios, casado y padre de tres hijos. Una relación llamada a terminar antes de empezar o, como había ocurrido, a vivir oculta entre cuatro paredes. Habían decidido que necesitaban un lugar para ello. Los hoteles eran demasiado impersonales... demasiado peligrosos a sentir de ambos. Cualquier conocido podía tropezar en la puerta con la señorita Mónica, como le llamaban sus alumnos,.... cualquier conocido podía encontrarse cara a cara con Oscar y una mujer que no era su esposa.
Recordó el primer encuentro. Había ido a ver una exposición de pinturas de Páez Vilaró. A la salida un grupo de conocidos habían ido a tomar un café. También n había ido Oscar acompañado por aquella mujer... su mujer...; un amigo común los presentó y fue entonces que sucedió. Algo que pasó desapercibido a quienes los rodeaban pero que hizo que el contacto de sus manos fuera presagio del fuego que habría de devorarlos durante las semanas siguientes. No volvieron a verse hasta pasado un mes, y sin embargo ambos estaban seguros de haberse trasmitido mutuamente el deseo de estar juntos.
Nunca le preguntó con que pretexto viajaba todos los fines de semana. No quiso saberlo, en la fragilidad de su relación prefirió ignorarlo. Mónica no dejó que sus sentimientos la engañaran y en lo más recóndito de su ser sabía que no había futuro para ese cariño que la devoraba. Es que el amor cuando se lo amordaza mucho se muere, y Oscar no podía dejar gritar a su corazón.
La idolatraba pero ello no impedía que un sudor frío le cubriera la frente cada vez que se creía descubierto en su relación con Mónica. Para ella era el tener que ocultar la felicidad de estar enamorada. A los cuarenta años una mujer no puede cometer ciertas locuras... y si es una maestra de escuela ni siquiera pensarlo. ¡Dios, como hubiera deseado pasear por las calles del pueblo del brazo de aquel hombre! En cambio aceptó ocultarse en aquel departamentito... No le había importado... su amor no era egoísta y era demasiado....
Recordó aquella noche en que habían salido a cenar. Acababan de ocupar una mesa, discreta en un rincón de un restaurante también discreto. Miraba las luces del puerto y el movimiento sereno de las embarcaciones cuando escuchó su nombre. Levantó la vista y se encontró con el director de la escuela acompañado por su esposa y otras dos personas de la localidad. Presentó a Oscar como un amigo que visitaba Punta del Este pero estaba segura... la curiosidad puesta de manifiesto por su superior en los días sucesivos se lo corroboraron; no lo habían creído. Por supuesto que la imaginación de aquellas personas no llegaba a visualizar la pasión que enredaba sus cuerpos cuando se encontraban seguros en la intimidad de.... ¿qué era?... ¿qué fue? ...¿un refugio? ... ¿un hogar?.... ¿un lugar donde hacer el amor?.... su refugio... su hogar.... su amor....; ¿sólo suyo?.... ¿fue lo mismo para Oscar?.... lo esperó cada viernes de agosto y lo esperó cada sábado. Después comenzó a desesperar rondando alrededor del teléfono... esperó en vano una llamada... esperó en vano cada viernes de setiembre... cien veces intentó llamar a su oficina y cien veces colgó el tubo antes de dar lugar a que le respondieran.... El primer viernes de noviembre se decidió.
Había estado aguardando un milagro que no llegó... eran las ocho de la noche cuando abandonó la Terminal... caminó.... había comenzado a lloviznar... una brisa fresca para la época la hizo estremecer.... cuando llegó estaba empapada, recordó otro paseo bajo la lluvia... entonces estaba con él... habían salido temprano y no hicieron caso a los nubarrones que presagiaban chaparrones. Era verano y no les importó mojarse... la playa estaba desierta y se habían hecho el amor escondidos entre los médanos... mojándose y riéndose... riendo y gozando...
Habían sido tres años, quizás demasiados para mantener vivo un amor entre cuatro paredes. Introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta de hierro... no le gustó el color... nunca le había gustado aquel negro descolorido y sin embargo no le había importado hasta ese momento. Llamó el ascensor y llegó a las nubes, como a él le gustaba decir cada vez que recorrían el trayecto... muy serios y conspicuos si alguien más utilizaba el elevador en ese momento... entre besos y caricias si lo hacían solos. Entró a un sitio que le pareció desconocido... frío... recorrió con la mirada cada rincón de las habitaciones. Se sentó al borde de la cama sintiendo que unos lazos invisibles la atrapaban... cerró los ojos y se vio rodando sobre las sábanas rosadas entre los brazos de él... sintió su boca rozando su cuello, buscando sus pechos... se sintió transportar al éxtasis y lloró... lloró por aquel amor que siempre había sabido algún día iba a perder.... lloró por su cariño, por todo aquel inmenso manantial de caricias que ya no tendría en quién volcar...
Cuando llegó a planta baja entregó la llave del apartamento a Joaquín pidiéndole que lo alquilara... con muebles, con todo... quiso decirle, pedirle que buscara un inquilino que cuidara su jardín pero no pudo.... Yo la llamo cuando tenga algo, le gritó Joaquín mientras ella hacía una seña que podía interpretarse como un adiós... tomó el ómnibus hacia San Carlos.... cerró los ojos, quiso revivir otros momentos felices con Oscar pero no alcanzó a verlos con nitidez... como en una nebulosa iba envolviendo los recuerdos mientras su mente dibujaba su propia imagen, la imagen de una maestra solterona paseando su perro y hablando del tiempo...., de la alfombra del palier, temas que en realidad a nadie importaría y que nadie escucharía pero que mitigarían su soledad....;
El viernes siguiente no volvió a la Terminal... fue hasta la casa de mascotas y compró un caniche blanco.... se dirigió a la plaza donde se sentó en un banco en el que dos jóvenes vivían su amor adolescente... comenzó a explicarles que se trataba de una raza muy recomendada para compañía, pero estaba segura que no la habían ni siquiera escuchado. Miró a la muchacha y pensó que algún día quizás ella también estaría sola y entonces..... también compraría una mascota.
Ilustración: 'Mascota' pintura de E. Márquez
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