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LETRAS VS PALABRAS - El weblog de Graciela

QUIERO CREER EN LA VIDA

QUIERO CREER EN LA VIDA

No quiero cantarle al dolor
ni moldear el granito en palabras
que ensalcen la enajenación.
Asesinos nocturnos que no ven,
el hombre que destruye
es el niño que llora.

Quiero creer en la vida,
buscar la esperanza escondida
en los ojos somnolientos.
afirmo que aún es posible
rescatar sonrisas e ilusiones
donde solo hay temerosa mueca.

Quiero ver, sin ver sombras,
dejar atrás el desaliento,
creer que el niño que destruye
no será mañana el hombre que llore,
que la mujer volverá a parir
y los monstruos dejarán de engendrar.

Quiero correr tras quimeras de días de paz,
alcanzar noches donde el mañana exista,
inclinarme ante el Dios de todos los hombres
sin las lágrimas de una corona de espinas,
y ante el horror de la muerte genocida
quiero volver a creer en la vida.

     Graciela Vera

NO TE LLAMES POETA

NO TE LLAMES POETA

 

Dices que eres poeta,
¿cómo puedes considerarte tal
cuando la vida es toda ella,
por sí sola inmensa poesía?

¿Te dices poeta
porque elevas cantos transformándolos
en casi inexistente partícula del todo?

No te llames poeta,
cuando no tienes en tus ojos
reflejada la inocencia de un niño.

No te llames poeta,
si de tus ojos las lágrimas no afloran
ante una flor que muere.

No te llames poeta,
si nunca sonreíste
enamorando a la tristeza.

Tú no eres el poeta,
quizás tan solo seas
quién vive en el poema.

                                                  

             Graciela Vera

Ilustración: 'Poesía de su beso' pintura propiedad de Galería Dante

OCHO LUNAS

OCHO LUNAS

 

Ocho lunas llenas te han visto,
los ojos cual estrellas mañaneras
soñando con el hijo que vendrá,
ocho lunas llenas han acunado
en tu pecho un ángel de amor
que espera la novena para ser.

Ocho lunas llenas has vivido
siguiendo caminos de esperanza,
sabes que tu cuerpo se abrirá,
tu sabia se derramará,
cuando nueve hayan pasado,
desgarrando, arrancando al dolor
la sonrisa más tierna.

Ocho lunas llenas colmaron
de néctar tus pechos,
calostro que se transforma,
dulce, delicado fluido de vida
que a la novena amamantará
de tu vida nueva vida.

Ocho lunas llenas se perdieron,
únicas en el calendario de tu existencia,
repetidas mil veces en mil sitios,
nunca igualadas, siempre iguales,
a la novena te sabrás madre,
como nunca mujer.


                                

          Graciela Vera

EL TIEMPO

EL TIEMPO

El tiempo se desmorona,
horas inertes,
muertas en minutos,
desechas en décadas,
reloj insensible
marcando esperas,
agotando días,
entre noches sin tiempo.
Por ventura existen
los relojes de sol.
Ellos saben como
detener el tiempo en un ocaso.


    Graciela Vera

NOVIA DEL MEDITERRÁNEO

NOVIA DEL MEDITERRÁNEO

 

Asomas a la noche vestida
de esmeralda y rubíes
mientras cien vírgenes, entre tarantos
y chirimías, bordan tu traje nupcial.

El Mare Nostrum desfallece a tus pies
prometiéndote el cielo
en su inmensidad azul.
Platino y oro que deslumbra los ojos,
¡ay!!! quién te pudiera esconder
en cofre de marfil,
para guardar tu belleza
por siempre reflejada
en el destello de mil turquesas,
susurros de aguas cantarinas.

Eres hermosa entre las hermosas,
graciosa novia del Mediterráneo,
hay filamentos de luces
enmarcando las sombras,
cuál si jugaran a las escondidas
entre cien palmeras.
Almería yo te canto porque te amo.
déjame quererte así,
salerosa y guapa.

                        Graciela Vera

MI MUÑECA NEGRA

MI MUÑECA NEGRA

 

Morena, cara redonda,
cuerpo de trapo,
brazos y piernas informes,
tan diferente en aquel mundo
de princesas de pelo rubio
y mejillas rosadas,
con su cabeza pequeña
del color del azabache
Cuántos sueños de cenicientas
y hadas madrinas
compartí con ella,
mi muñeca negra.


       Graciela Vera

¿DÓNDE VA LA MÚSICA?

¿DÓNDE VA LA MÚSICA?

 La sinfonía llora;
el acetato estalla
arrastrando quimeras;
la música se escribe
en un criptograma de sangre,
entre mariposas azules
prisioneras de una escala.
Se torna cromática la melodía.
Doncellas, matronas
y mujerzuelas sin castidad
en la postrimería de la jornada
entronizan la virginidad
salmodiando monótonas arias.

¿Dónde va la música
cuando las notas mueren?

Las respuestas se esconden,
jacarandinas en ridícula canonización
entre florilegios cuasi olvidados.
La batuta cae de la mano,
disonancia que no pide indulto;
indómita cabalga la amazona,
Pegaso abre sus alas
y la noche deglute pentagramas
en un festín de aberraciones.

¿Dónde va la música
cuando las notas mueren?


             Graciela Vera

 Ilustrado con 'Sinfonía' foto de Raúl Villalba

MANOS AL VIENTO

MANOS AL VIENTO


             I

Las manos son ritmo,
sangre y vida de razas,
latidos de corazones
transformados en palomas.

              II

Repique de tambores,
rojas las lonjas,
la carne llora
y el cuerpo tiembla.

             III

Palmoteo que se eleva
transformado en bulerías,
las manos arrancan un lamento
acariciando el cante jondo.

               IV

Las manos tienen colores,
son blancas. son morenas.
tienen movimiento propio,
piensan por sí mismas.

               V

Escudriñan el alma
hurgando en los sueños.
Las manos de allá,
las manos de aquí,

               VI

cadencias inmolándose al amor,
las manos de mi tierra,
las manos de tu mundo,
las manos de los dos.

                                  
                              
        Graciela Vera
 

 

 

Ilustración: 'manos' pintura de Alicia de Miguel

 

D - I - VAGANDO

D - I - VAGANDO

Es irreverente,
tal vez sea una incrédula,
aunque parezca incitadora
de la imaginación.

Tan ilustre con su sombrero
como inexistente, al diluirse
apenas esbozada: imantada
raya con idea de vocal.

La vida está incompleta,
si un inepto se olvida
que no es inmoral hablar de la eternidad,
resulta inestable, y casi  perdida.

Con su idealizada figura juncal
y su innato donaire
nos acostumbró a su incitante
imagen  de nimiedad.

indócil, se niega a cruzarse
entre idilio y ensueño
e indiscreta paga tributo
cuando resulta inconstante el amor.
   
               Graciela Vera

LLUVIA

LLUVIA

 

Son nubes deshilachadas
gorgoteando en parco chubasco
que no alcanza a fundirse
en los siete colores del arco iris.

Formaremos cordón umbilical
que unifique estrofas
sin chance de engaños.

Momentos deshilvanados
que alcanzan, para confundir otros
que no llegan a fenecer
por miedo a dejarnos sin quimeras.

Retozaremos en el lodo
cayendo una y otra vez
como beodos intérpretes.

Lluvia de primavera,
cual llanto, fría tibieza,
doncella descalza,
fraudulenta visión de la vastedad.

Cantaremos loas eternas
levantando copas de mirra
en imprevisto holocausto.

Estadíos calmos
envuelven el tormentoso letargo,
ofrenda transitoria
en aras de un todo.

Verteremos lágrimas,
hoy es momento,
confusa, la burla es real.


      Graciela Vera

Ilustración: foto 'Lluvia sobre cristal' publicado por concursos de ojodigital.net

LA VIDA

LA VIDA


Como un caballo desbocado
cruza la vida campos de nadas,
aferrándose a jirones de algo
que atenazan dolores de muchos.
Jinetes inexperimentes
sacudidos al vaivén de constricciones,
por penitencia: vivir.

Alegre tálamo nupcial,
a horcajadas del dolor
dichosa llega la doncella;
consumación imperfecta,
la posee quien sueña otros rostros
continuando la bochornosa cabalgata.

Embustes que no son
sino verdades a medias,
realidades que no importan
en el carrusel de la vida,
jinetes sin cabezas, que no piensan,
no ven, no dicen,
jinetes con cuerpos marchitos,
que sienten, sufren, gimen
en el silencio lúgubre, que ahoga
la ilusión de encontrar
algún día vida,
sin que resulte
otro chasco, la vida.

      Graciela Vera

ESFERAS EN EL ESPACIO

 

Bosquejos en azul marengo,
galiléica visión
apenas esbozada
por la débil luz de los cirios.

Se confunden los sentidos
en cataclísmico surgir
de pasiones y temores.
Idónea plétora de amores,
en eterno, perfecto movimiento.

Esfera cristalina,
emergiendo, rotando,
buscando un recóndito lugar
en la palidez de la Vía Láctea.

Imágenes estéticas,
líneas que se alargan,
se extienden y se diluyen,
perdidas en la inmutable
oscuridad del cielo nocturno,
asomadas como racimos de caricias,
escapando, siempre escapando,
de los rastros de un eterno Big Bang.


                      Graciela Vera

ATARDECER EN EL PLATA

ATARDECER EN EL PLATA

 

El Plata atrapa el rito diario
y el sol, naranja de lujuria
se sumerge en el horizonte,
explosionando en fuegos.

No hay tierras,
no existe el hombre,
solo Dios y mis ojos
en asombro de colores,
silenciosa cuna del ceibal.

El río como mar cambia,
el cielo se hace ocre,
surcan sus aguas reflejos de plata,
volcán inexistente que regurgita sueños
troncando nubes por algas de sangre.

Las dunas mueren entre brumas,
oriente tiende un manto oscuro
que se desgrana en resplandores
cuando la noche besa occidente
y una estrella nace del mismo río.


           Graciela Vera

EL ESCAPE

EL ESCAPE

        por Graciela Vera


Sintió los besos de él sobre sus pechos. Las manos siguiendo el contorno de su vientre. Cerró los ojos al escuchar que su respiración se hacía más agitada, temió el momento en que su cuerpo presionara para penetrar en el suyo.

Quiso escapar del lecho pero no tuvo fuerzas. ¿Escapar...? Hasta ese momento no se le había ocurrido la idea... la hizo girar despacio en su mente... escapar... es...ca...par; la idea le hizo olvidar lo otro y sonrió. No sentía ya la boca que apretaba la suya ni las piernas presionando sobre sus muslos, sólo aquella loca idea retumbando en su cabeza....¡¡¡ es...ca...par...!!!

Ni siquiera recordaba como había comenzado todo. Alguien le había dicho que allí podía ganar mucho dinero y ella estaba cansada de la miseria.
Había crecido en un rancho de barro al lado de la casa grande. Su padre era un peón de la estancia, un peón como tantos otros al que, en atención a los años de servicio le habían dado la oportunidad de llevar a su familia a vivir en el lugar.
Un beneficio que les había proporcionado a los patrones un harén de sirvientas a muy bajo costo. Primero su madre, luego sus hermanas mayores y después ella misma. A los siete años ya hacía pequeñas tareas para la señora.

Su madre le había puesto Elizabeth porque le gustaba el nombre de la menor de las hijas de su patrona.
Quizás fue este hecho el que la impulsó a aquella rebeldía. Compararse con la otra Elizabeth, comparar lo que una poseía y de lo que la otra carecía.
 Después vinieron las insinuaciones de parte de los hombres de la casa.  Tenía catorce años la primera vez.
Fue el segundo de los hijos del patrón. Ella estaba planchando cuando el entró y sin siquiera hablarle la tomó de un brazo y la arrojó sobre la alfombra.
Cuando el comenzó a levantar su falda no intentó impedirlo. Tampoco lloró. Solo recordó las barrigas abultadas de sus hermanas y la cantidad de críos sin padres que corrían por el rancho.
 Destino de sirvienta, pensó. No ocurrió nada como tampoco sucedería nada cuando fueron los otros muchachos de la casa los que la poseyeron. Elizabeth llegó a creer que era estéril. Miró a sus hermanas con sus hijos bastardos  prendidos de sus polleras y decidió que a ella no le sucedería lo mismo, por eso cuando tuvo unos pesos ahorrados fue al pueblo y compró las pastillas.


Un día decidió que no tenía nada que hacer en aquel lugar.
Guardó sus pocas pertenencias en un bolso colorado con el cierre roto. Dos faldas, otras tantas blusas, un vestido a cuadros gastados de tanto lavado y un par de mudas de ropa interior. Llevaba puestos los únicos zapatos que tenía porque las alpargatas había decidido que no le servirían donde pensaba ir.
La Zoila, la hija del capataz le había dicho que en aquel lugar del pueblo se ganaba dinero por hacer lo mismo que sus patrones le exigían que hiciera gratis.
La “madama” la recibió bien. Le dieron una pieza en el fondo del burdel y en pocos días trabajaba como cualquiera de las otras chicas.
La plata no le sobraba como había pensado que sucedería porque el alquiler de la pieza le consumía la mayor parte de lo que ganaba, pero ahora podía darse algunos lujos que antes ni había soñado. Comprar medias de nailon, lencería de seda... ¿para qué si ninguno de los tipos que iban allí lo hacían para admirar sus deshabillés?.
Con el tiempo el horizonte que se había fijado se fue expandiendo. Volvió a guardar sus pertenencias pero esta vez en dos valijas de cuero marrón.

Llovía cuando el ómnibus la dejó en la terminal de Tres Cruces. Se dirigió a la pensión que le había recomendado la Juana. Los tres días siguientes los pasó recorriendo la ciudad.

Se sentía otra, sin deseos de retornar a la vida anterior pero... la plata se estaba acabando y la dueña del cuarto, --si ese nombre cabía al sucucho de tres por cuatro donde se amontonaban una serie de muebles destartalados, una cama con una pata sustituida por dos bloques, un ropero al que faltaba una puerta, una mesa que en sus mejores tiempos había pertenecido a algún bar de mala muerte y dos sillas, una con tres patas--, cobraba día a día y por adelantado.

Se rió para sus adentros cuando recordó lo del baño. Aún en el burdel había disfrutado del tiempo suficiente para ducharse y arreglarse por las mañanas, pero allí... A los cinco minutos de estar adentro comenzaban los golpes destemplados en la puerta y si no se apuraba las palabrotas... un baño para veintidós personas... El primer día había creído posible tomar una ducha decente por la mañana... El mecánico de la pieza nueve se había levantado de mal talante porque alguno de sus cuatro hijos no  lo había dejado dormir con su llanto. Ella tampoco había dormido muy bien porque lo que pasaba, se decía o se hacía en una habitación parecía retumbar en todas las otras.
Pensó  que no era buena cosa ocupar el baño a la hora en que los otros inquilinos se levantaban para salir a trabajar, pero como todos trabajaban a distinta hora, al cabo de algunos días había decidido que la hora del baño sería cuando todos durmieran, claro que no tuvo en cuenta los ruidos extraños de las cañerías de la vieja casona, ruidos que durante el día pasaban desapercibidos pero que en el silencio nocturno se sobredimensionaban.

Su primer trabajo en Montevideo no fue difícil. El auto paró a su lado, ella dio un precio, se dirigieron a un albergue transitorio y... después vino lo difícil.
Nadie le había dicho que iba a necesitar un chulo que defendiera sus intereses. ¿O ella debía defender los intereses de algún chulo?.
No importaba mucho como era la cosa. Lo cierto es que tuvo su chulo, al que dejaba las tres cuartas partes de sus ganancias, y en la mayor parte de las ocasiones, la totalidad.

La policía la levantó varias veces y debió pasar noches enteras entre milicos. Algunas veces hasta debía hacerlo con alguno, pero lo que le dolía era que resultaba como en la estancia, porque se lo exigían, de gratis nomás  y, cuando llegaba a la pensión no tenía ni un mango encima y entonces tenía que salir a yirar de día también.

Con los años su situación económica fue mejorando. Conoció a algunas chicas que trabajaban como damas de compañía para ejecutivos extranjeros que visitaban el país.
Siempre le había gustado leer por lo que hacerlo para cultivarse y ponerse a tono con este nuevo trabajo no le resultó pesado.
Buenas ganancias. Un apartamento propio, un pequeño coche y su propia sirvienta. La muchacha de barrio que llegaba todos los días a limpiar, lavar y.... traerle recuerdos de una peoncita de campo que un día había podido volar porque había tenido la precaución de cuidarse de no quedar preñada.

El último cliente se había ido. Cuando cerró la puerta nuevamente quedó sola, quizás más sola de lo que siempre había estado.
Guardó el dinero religiosamente cobrado en el momento de pactar el trabajo. Elizabeth se miró al espejo. ¿Cuántos años le devolvió éste?. A los cuarenta y cinco no tenía que preocuparse por lo económico.
Sabía que podía comer y beber lo que quisiera sin tener que contar los pesos para ver si llegaba a un pan con mortadela y una cebadura de mate. Había aprendido la diferencia entre el champagne importado y el nacional, comía caviar y champignones como si hubiera sido destetada con tales delicatées.

Se había preocupado por aprender a maquillarse y a vestirse con elegancia, a parecer una señora de sociedad, conversaba con fluidez e incluso estudió idiomas. Pero en realidad todo aquello era una hermosa envoltura para lo que se esperaba de ella: un trabajo eficaz en la cama.

Volvió a mirar la imagen reflejada en el espejo. Algunas arrugas que los cosméticos no podían disimular... Un rictus amargo curvo su boca... recordó la cara siempre cansada de su madre... su vientre siempre agrandado por los hijos por nacer... su figura que parecía encogerse con cada nieto sin padre.... recordó aquella lágrima mal disimulada cuando ella, con el bolso sin cierre en la mano había subido al camión que la dejó en el pueblo.

No había intentado detenerla. Quizás había buscado algún argumento para hacerlo sin encontrarlo... Un dolor intenso oprimió el pecho de Elizabeth... ¿porqué pensaba en su madre en aquel momento?, en muchos años no lo había hecho y nunca había vuelto al rancho. No lloró cuando supo de su muerte. Tampoco entonces regresó, ¿para qué?, tal vez ahora estaría descansando... nunca supo si ella también había pagado el precio de ser la sirvienta de la casa... tal vez... en una ocasión se preguntó porqué el cabello de algunos de sus hermanos tenía el color claro del de los hijos del patrón....

Se recostó en el sofá y sacudió la cabeza para ahuyentar aquellos pensamientos... Su madre hacía muchos años que había dejado este mundo de penas, con sus dolores y sus secretos... ¿porqué la recordaba en aquel momento?... apretó más la mano sobre su pecho... el dolor persistía... pensó en como sería la vejez.... los cincuenta, los sesenta... estaba sola, completamente sola envuelta en una vida que ella misma había elegido... ¿la había elegido ella o se la había impuesto el destino?... ¿qué habría pasado si aquella  peoncita no hubiera pensado en cuidarse para no quedar embarazada?....... hijos.... ahora no le parecían  una carga tan grande como entonces... le hubiera gustado tener un hijo, alguien que le dijera que no estaba sola.... incluso en su actual independencia había comenzado a envidiar a las putas que tenían un chulo que las protegía....

Quiso levantarse para volver a interrogar la imagen del espejo y no pudo hacerlo. Sintió un cosquilleo en el brazo... algo en su mente le alertaba que debía tomar el teléfono y discar pidiendo ayuda.... un número y los paramédicos estarían allí en pocos minutos... el sudor frío comenzó a invadirle la frente.... “Llama Elizabeth... llama ahora...”, intuía lo que le estaba ocurriendo... estiró el brazo hacia el teléfono y  marcó... sentía el pulso cada vez más débil... en pocos minutos alguien acudiría en su ayuda.... ¿en su ayuda?..., colgó el tubo sin responder a la voz que le preguntaba por su dirección..., la ayuda que durante años había aguardado estaba en camino; llegaba silenciosa, agazapada en aquel malestar intenso... la ayuda llegaba después de toda una vida de dolor... un escape que por primera vez en muchos años le permitió sonreír sin esfuerzo... sintió los párpados pesados... sólo lamentó los hijos que no había querido que nacieran....

 

EL INTRUSO

EL INTRUSO

por Graciela Vera   

Cuando despertó aquella mañana hizo un balance de su vida. Una vida en la que formó un hogar... trajo hijos al mundo... lloró a quién fue la compañera de los buenos y los malos momentos...; fue entonces que lo pensó detenidamente y decidió que no permitiría que aquel intruso se apoderara de todo lo que le pertenecía. No lo había invitado... había llegado sin previo aviso y se había instalado “como para quedarse”, pero el  no estaba dispuesto a soportarlo.

Se levantó temprano, se duchó y bajó a tomar el desayuno. Cereales con leche. Desde que había comenzado a sentir que la vejez le acechaba se había empecinado en desayunar cereales. Quizás haya tenido que ver con esta, si se quiere manía, la publicidad que por la televisión promocionaba las bondades de este tipo de alimentos, recomendados especialmente para adolescentes y ancianos. El no entraba en el primer grupo pero tampoco se sentía parte del segundo, era, y lo decía a quién quisiera oírlo, tan solo una persona saludable desayunando alimentos saludables.

Por un momento había olvidado al intruso. Pensó que había quedado en la planta superior cuando había bajado pero no era así. La conciencia de su presencia le hizo hacer una mueca de disgusto. Su hija, solícita le preguntó si le sucedía algo.

-Nada, sólo que quisiera que no estuviera acá.- respondió deseando que se diera por enterado de su desprecio y se marchara. Sabía que no iba a ser tan fácil... ni siquiera iba a ser medianamente fácil, el intruso no estaba dispuesto a abandonar su territorio. Su presencia se estaba convirtiendo en una obsesión. Había llegado a tratar de no dormirse por temor a que el siguiera invadiendo lo que no le pertenecía. Los demás trataban de hacerle ver que no les molestaba su presencia. Actuaban como si todo fuera como antes, como si aquel no estuviera allí.... pero lo estaba.

Al principio le había parecido increíble el desparpajo de quién se pudiera instalar en un sitio sin ser invitado. Quizás, si hubiera estado más avispado, pero cuando se dio cuenta ya era imposible desalojarlo... no importaba... estaba seguro que a la larga sería él quién vencería... siempre que el intruso le diera el tiempo suficiente para derrotarlo, pero de algo estaba seguro... no le concedería el gusto de que lo viera suplicar... el se ocuparía de expulsarlo de su casa y si no se iba.... si no se iba sería él quien tuviera que deja todo... pero no, no podía abandonar cuando aún había tanto por hacer..., sería el otro quién debería irse.

Terminó de desayunar, se puso un abrigo y salió... tomó un taxi y dio la dirección del hospital. -¿sabe?- dijo al chofer, -esta es mi quinta sesión de quimioterapia... me han advertido que se me caerá el cabello pero yo estoy seguro que cuando el intruso se vaya lo recuperaré... llegamos, déjeme aquí, en la esquina, ... no vaya a verme algún conocido y piense quién sabe que cosa porque voy a donde atienden a la gente que tiene cáncer; ... yo, ¿sabe usted?, yo solo tengo una pelea con alguien que no debería estar acá”.

Ilustración: 'Sombra del Reportero' fotografía de A. López Morris

EL ROBO

EL ROBO

 

por Graciela Vera


No me di cuenta que me iba quitando lo que más quería hasta que fue demasiado tarde para recuperarlo.
No actuó como un ladrón porque no podía robar lo que era también suyo.
Incrédula de mí que no advertí su vileza! Tan sutil fue su accionar que pasó desapercibido para los demás.
Que ingenuidad!
Por qué nefasta inexperiencia le cedí el terreno?
No estuvo satisfecho con su parte y fue apropiándose de la mía. Y yo se lo permití. Tonta de mí!
Retrocediendo, desistiendo, abandonando posiciones. No me di cuenta que al replegarme para evitar la confrontación el se apoderaba de todo.
Lástima, necesidad, logró que lo vieran como víctima absoluta de las circunstancias.
Enajenación, capricho, me hizo ver como verdugo sin sentimientos.
Libreto grotesco que escribió una mente maléfica y que yo interpreté en el desarticulado escenario de la vida, sin voluntad para intentar detener la obra.   Cediendo, recluyéndome, dejando que me robara lo que más quería:
el cariño de mis hijos.

EL SECRETO

EL SECRETO

           por Graciela Vera  


Silvia se había levantado contenta aquella mañana. Desayunó en medio de una cháchara agotadora pero alegre. A Mabel le hacía bien aquel jolgorio en que hacía varias semanas se habían convertido  los días de su hija. Adivinaba que estaba enamorada pero, discreta como siempre esperó que fuera Silvia la que se lo confiara cuando lo creyera conveniente.
La vida le había enseñado muchas cosas y una de ellas era saber esperar el momento para cada cosa. Y también aquí el momento llegó cuando, al despedirse al salir para el trabajo, como quién describe un hecho irrelevante pero con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas que  era importante para ella Silvia había anunciado que esa noche llevaría un amigo a la casa.
Mabel, queriendo lo mejor para su hija se las ingenió  para regresar a tiempo de la oficina y ordenar la casa antes que Roberto regresara de la fábrica y Silvia llegara con su amigo.
Tuvo tiempo de arreglarse un poco el cabello, ponerse un vestido que le quitaba años como le decían cada vez que lo retiraba del ropero y se lo ponía. Era el vestido de las ocasiones especiales como bromeaba Silvia, que no podía comprender porque su madre se empeñaba en seguir usándolo.
Mabel se miró al espejo y sonrió. Contempló con cierto orgullo la imagen reflejada en el cristal. Su vida había comenzado a reconstruirse después de años de ir a la deriva y la imagen que le devolvía el espejo se lo recordaba. Aquel vestido que nunca quiso destinar al baúl de lo viejo y cuya falda subía o bajaba para adaptarlo según la moda y hacerlo usable a pesar de los años. Sacudió la cabeza. Recordó que Silvia iba a presentarles un pretendiente, no dudaba que tal fuera el anunciado amigo pero la figura reflejada en el espejo parecía pensar por sí.
Ya no estaba en el dormitorio de su casa de Montevideo esperando que llegaran su marido y su hija. En el espejo solo su figura permanecía nítida, el fondo comenzaba a borrarse y los detalles comenzaron a girar transformándose hasta que se vio, diez años atrás, reflejada en otro espejo en cuya lámina se proyectaba la sala de un pequeño apartamento sobre la Rue de Les Graces en París.
Roberto había sido encarcelado tres años antes y estaba lejos, en el paisito. Ella y Silvia habían llegado a Francia gracias a la ayuda de amigos. Trabajó mucho para subsistir y mantener a su pequeña hija durante aquellos largos años de exilio.
Conoció a Fernando en una reunión en casa de otros refugiados como ellos. Fernando había pasado varios meses oculto en Buenos Aires y cuando allí también le resultó peligroso vivir había escapado a México. Llegó a Francia en mejores condiciones que Mabel y había podido granjearse una posición.
Primero fueron dos “yorugas” en tierra extranjera. Después fueron amigos y un día, sin darse cuenta como, se habían enamorado. Se veían en el apartamento de Fernando porque Mabel siempre quiso evitar que Silvia sospechara que él era algo más que un amigo de la familia.
Un día supieron que las cosas estaban cambiando en el paisito. Mabel se había comunicado aquellos años con Roberto  a través de cartas que los padres de aquel le llevaban en sus visitas a la cárcel. Cuando supo que podía volver sin temor lo hizo, consciente de que su deber de esposa era hacerle más fácil el olvido de aquel montón de años de sufrimientos.
Fernando lo entendió. Habían vivido un amor prestado y había llegado la hora de restituirlo. Sabían que nunca olvidarían aquellos encuentros en los que ambos se habían sentido libres, únicos. La tarde previa a la partida de Mabel y Silvia hacia Montevideo se encontraron para decirse adiós. Se negaron los últimos momentos de intimidad porque tuvieron miedo de no tener valor para alejarse el un del otro.
Una mesita en un café de los Champes Elissées. Fernando llegó con un gran paquete envuelto en papel de seda brilloso. “Para que me recuerdes”, le había dicho. Lo abrió recién cuando estuvo en su cuarto: Silvia había ido a despedirse de la amiga del piso de abajo. Abrió la caja en la que estaba impreso el nombre de un modisto de renombre. Tomó el vestido con cuidado. Casi con temor de que desapareciera entre sus manos. Luego, durante los últimos diez años, lo había guardado para las ocasiones especiales con la secreta ilusión de que cada vez que se lo pusiera Fernando estaría recordándola como ella había hecho con él cada día. Tiempo en el que se sentía culpable de no poder dar a Roberto todo el amor que éste se merecía. Amor que ya no le pertenecía y culpa que era tan solo suya.
Sentados en el living esperaban. Roberto había llegado temprano. Era una ocasión importante. Iban a conocer al novio de Silvia. Esta no demoró mucho en llegar. Con la misma e impetuosa alegría de los últimos días abrió la puerta y, casi sin detenerse, desde la misma puerta grito: “Mamá, papá, les presento a Fernando”.
Para Roberto fue una sorpresa. Esperaba a un joven de la edad de su hija. El novio la doblaba en años pero, como había asegurado aquella, se querían y la edad no importaba.
Mabel sintió que su cuerpo se convertía en una sustancia gelatinosa. El vestido de las ocasiones especiales parecía tomar vida propia y la trama de la tela se incrustaba en su piel. Fernando, parado en medio de la habitación la miraba tratando de comprender.
Frente a ella no había más que un hombre horrorizado. Un hombre que después de años de soledad y de dolor tratando de olvidarla se había vuelto a enamorar. Un hombre que cuando ya creía que su corazón estaba muerto para aquella sensación de cariño tan especial se había cruzado con una muchachita que le había hecho recordar a la mujer retenida en sus sueños. Alguien muy parecido a aquella Mabel que un día eligió el deber y se fue deslizándose como agua, entre sus manos  impotentes para retenerla. Un hombre que temblando acababa de descubrir que su Silvia era la Silvia de su Mabel.
Una Mabel que al día siguiente no preguntó que había sucedido, a la hija que dejaba ver su tristeza. Sabía que olvidaría. Era joven y volvería a querer.
Y ella seguiría guardando su secreto, aquel secreto de tantos años. Una ilusión que comenzaba a languidecer, envuelta en un vestido francés que había, ahora sí, guardado definitivamente en el baúl de lo viejo.

LA ADIVINADORA

LA ADIVINADORA

 

       por Graciela Vera

Los ojos de Lisa expresaban el pánico que la iba invadiendo a media que la palabras de la gitana descubrían su mundo secreto. El mundo pasado, lleno de dolor, el mundo actual, incierto y el mundo de mañana... ese que quería conocer y del que temía escuchar.
Piensa en tu hogar, le había dicho mientras sostenía su mano y ella había seguido dócilmente lo que empezó como un inocente pasatiempo en una tarde de ocio. La mujer la había mirado fijo a los ojos y Lisa supo que no era un juego. Su vida se abría como un libro ávido de lectores. –“Frío... siento frío, como en un sepulcro... la soledad de la muerte”. Su mano tembló, los dedos de la adivinadora recorrían su palma...”Soledad... un mundo de gente que te resulta extraña... que te ignora..., te sientes diferente..., eres diferente...”. La instó a pensar en su familia... hijos..., esposo..., y Lisa no quiso hacerlo pero su subconsciente le traicionó... Ahora fue la mujer de largos collares de cuentas de cien colores la que tuvo un estremecimiento... La mano de Lisa parecía de cera..., los dedos se crispaban en un intento por huir.... quiso estar a mil kilómetros... sintió sobre si la curiosidad del resto del grupo... los ojos miedosos de Laura..., la sonrisa cómplice de Esther..., la ignorancia de Alicia, la indiferencia de Esteban..., la casi burla de Julio, el intelectual del grupo, pero sintió también el ansia contenida de Raúl. ..

Al principio había sido un juego..., -“Te adivino la suerte linda...?”, entre risas todos habían convenido que era una forma lógica de pasar una tarde en la que no había nada por hacer...; a medida que hablaba la gitana había perdido su locuacidad. El parloteo incesante del principio se transformó en una imposición y su incomodidad era muy similar al disgusto con que Lisa se sometía a aquella “charlatanería barata”, le había llamado Julio sin imaginar siquiera , que aquella mujer estaba desnudando un alma...

-“Dolor, un mundo de amor en medio de un camino de dolor.... llorarás cada día, sufrirás por cada hora de amor que logres la pena de mil noches de soledad..., veo un amor que te hace tanto daño que quizás en él mueran tus ilusiones... veo lágrimas en tu futuro... ríos de llanto... te veo sola entre la multitud..., el dolor de la soledad que solo tú sientes... que ignoran quienes te rodean porque ellos no han descubierto aún que el amor es dolor...”; las dos mujeres esquivaron la mirada pero ambas sabían lo que había en los ojos de la otra..., en los de Lisa la temerosa confirmación de lo que oía..., en los de la gitana el miedo de estar entrando en terrenos prohibidos...-“Te ama...,el  te quiere más que a su vida pero no le está permitido...., te ama..., pero será fiel a su promesa aunque signifique también para él dolor y lágrimas”.

-“Esperar el futuro..., solo la muerte abrirá el camino... ahora hay dolor... al final... a lo lejos el amor parece renacer sin obstáculos pero antes... un camino muy largo... muy estrecho.... sufrirás mujer... tú y él vivirán una vida de dolor...solo al final... solo después de otros dolores... sólo entonces pero será muy lejos en el tiempo... un final de camino sin lágrimas para olvidar una vida de llanto..-..”

La gitana soltó la mano de Lisa con cierta aprehensión. Buscó sus ojos para tratar de infundirle valor... tuvo miedo de lo que vio y calló... sintió pena por esa mujer signada por el destino....; miró a su alrededor... no quiso buscar protagonistas en el grupo y se fue corriendo, olvidando los billetes ganados por un momento de esparcimiento como dijeran todos tratando de distraer la tensión creada con bromas sobre supercherías y adivinadores baratos..., ninguno se atrevió a decir que en el fondo... muy en el fondo..... Lisa rió sin reconocer su risa... alguien forzó una conversación sobre el tiempo y lo cambiante del clima y todos pretendieron olvidar lo que acababan de escuchar.

-“Es hora de irnos porque los chicos regresarán en cualquier momento” dijo Alicia acercándose a Raúl al que sólo una broma de Esteban logró rescatar de sus pensamientos demasiado secretos para ser compartidos. “Nos vemos mañana”, respondió Julio que, pasando el brazo sobre los hombros de Lisa observó que esta temblaba y, sin dar importancia a los dichos de la gitana observó que “está refrescando, entremos para evitar un enfriamiento” y condujo a la mujer al interior de la casa... el hogar... el mismo hogar que la adivinador a había sentido en el alma de Lisa tan frío como una tumba.... la tumba de los sueños... el principio del dolor.

 

LA CAMA VACÍA

LA CAMA VACÍA

          por Graciela Vera

“Reloj no marques las horas... haz esta noche perpetua... para que nunca se vaya... para...”, la melodía escapaba de la radio en un inútil intento de mitigar su insomnio.
¿Cuántas noches sin dormir? , ¿Cuántas madrugadas de sábanas arrugadas en una inquieta búsqueda de un sueño que no llegaba? ... Estiró la mano y bajó el volumen del receptor. Lo menos que ella necesitaba era una noche perpetua.
Las noches le traían el recuerdo de su soledad... aquel lugar vacío en la cama... El lugar de él... Un lugar junto al suyo... Un lugar que estaba frío.... Un sitio que no se atrevía a invadir...
“... para que nunca se vaya...”, Claudia había aprendido que podía haber noches perpetuas... y lloró. Lloró por su soledad... lloró por el sol que demoraba en aparecer.... por el frío de aquella cama vacía y por el calor de otra cama en la que el cuerpo de él estaría trasmitiendo la vida que faltaba al suyo....
Se habían ennoviado durante los años de facultad. Recién egresados con sus títulos habían decidido casarse y enfrentar juntos el mundo. De esto hacía tan solo siete años.... Raúl quería hijos.... habían decidido esperar hasta tener una posición económica holgada. Pero ella quería más...., las dos chapas en la puerta del estudio que habían abierto la llenaban de orgullo.... Raúl Díaz, abogado..., Claudia Pedrosa, abogada... habían tenido éxito... ambos habían triunfado profesionalmente y por eso consideró egoísta por parte de Raúl su exigencia. Para él había llegado la etapa de pensar en los hijos... pero....
Hijos para una mujer significan responsabilidades... dejar de lado muchas expectativas a nivel profesional...., perder clientes..., dar un paso al costado.
No se sentía preparada aún para tener una familia pero reconocía que los años pasaban y los planes que habían hecho incluían cuatro o cinco niños.... A Raúl le gustaban las familias grandes....., las familias a la antigua como decía siempre...., Claudia comenzó a preguntarse porque se había casado con una profesional si quería una mujer cuidando de la casa,  ocupada con un montón de críos... incluso llegó a considerar que el estaba celoso de sus éxitos como abogada.
Su carácter, más dicharachero, más sociable, la ponían a la vanguardia en el estudio jurídico que ambos compartían... ¿le estaba pidiendo hijos para alejarla y acceder entonces a ser el número uno?...; fue entonces cuando surgió aquella oportunidad. La empresa, una de las más importantes del país la contrató para asesorar y dirigir su cuerpo de abogados y ella debía decidir... y decidió....., los hijos podía esperar....., el esposo podía esperar....
Al principio no se dio cuenta..., estaba demasiado ocupada para pensar en las reiteradas llegadas tarde de Raúl. No se dio cuenta del brillo diferente de sus ojos ni del frío que se iba colando entre sus dos cuerpos cuando dormían. Un espacio que cada noche se hacía más ancho... y más definitivo.
Claudia estiró su mano y aquel frío, un frío que le llegó a los huesos la obligó a recogerla. Estaba sola. Hacía un mes que estaba sola... un mes desde la tarde que llegó a la casa silenciosa... vacía de niños... vacía de sueños comunes para encontrar a Raúl sentado en el sofá, una valija a su lado, esperándola... esperándola para decirle que se iba... que corría tras los hijos que ella no había tenido tiempo de darle.... Al principio tuvo la esperanza de su regreso... miró el reloj.... seguía marcando inexorable las horas..... “para que nunca se vaya... para que nunca se aleje de mi..:”. Aquella noche que podía haber sido perpetua... aquella noche en la que ella podía haber recogido la semilla de los hijos que ya no vendrían, nunca había existido... ahora solo quedaba la soledad, y el frío intenso que puede trasmitir una cama vacía. 

 

LA LEYENDA

LA LEYENDA

           por Graciela Vera

La primera vez que arribó a la ciudad le habían advertido que la tradición decía que todo aquel que cruzaba el viejo puente de hierro regresaba.... siempre regresaba. En ese momento no sabía que el lugar tendería sus atractivos como una telaraña que le impediría alejarse por mucho tiempo.

Carmelo, con la calma propia de las poblaciones del interior de nuestro país y la inquietud de una pequeña ciudad que vive a la sombra y el influjo de Buenos Aires puede atrapar a un visitante desprevenido. Pocos lugares tan acogedores... el arroyo... las cientos de embarcaciones que durante los meses de verano la transforma en una colonia argentina flotante... el nacimiento del río como mar... los atardeceres con las parejas de enamorados caminando por la playa.

Había ido para cubrir una suplencia de tres meses y se quedó veintiocho años. Se enamoró, se casó, tuvo hijos que a su vez se enamoraron, se casaron y le dieron nietos. Una vida en la que construyó un castillo de cristal donde todo era perfecto. Un palacio que, sin comprender aún como, se había desintegrado entre sus manos cuando el compañero de los últimos veinticinco años no regresó.

Ella había creído en la leyenda... el que cruza el puente siempre regresa... y lo había  esperado..., había sido un viaje de negocios, traslado en ómnibus hasta Montevideo y desde Carrasco a Santiago....  menos de tres días de ausencia que se transformaron en semanas y las semanas en meses y éstos en años. Lo había esperado con un último sentimiento de esperanza... de hacerle una trampa a la realidad y cambiarla; aún lo esperaba... y lo seguiría esperando durante el resto de su vida a pesar de aquel telegrama, aquel pedazo de papel impersonal, que dio por tierra con la leyenda y cayó, arrugado al piso después de ser leído: “Lamentamos tener que comunicarle que el avión en que viajaba su esposo sufrió un accidente al despegar del aeropuerto de Valdivia. No hay sobrevivientes”.
 
Cruzó el puente,... se quedó,... se enamoró,... tuvo hijos,... sus hijos se enamoraron,.... le dieron nietos,.... y ahora estaba sola.... tan sola como puede estar alguien que ya no cree en leyendas.